Coronavirus: un modelo alemán de gobernanza.

En medio de un nuevo lodo de incomprensiones y desacuerdos en torno al destino que las instituciones europeas debían de reservar a un grupo de 1.500 refugiados sirios menores de edad aún enclaustrados en alguna isla del archipiélago.

Y cabe preguntarse quién, en medio de la doble crisis sanitaria y económica que aqueja al continente europeo, podría haberse atrevido a plantear semejante actitud de humanidad sino justamente “Mutti” (mamá en alemán) como apodan a Angela Merkel sus conciudadanos.

Muchos podrían argüir que siendo Alemania la primera potencia económica del continente europeo, grande es el margen de acciones con el que cuenta un líder germano para vanagloriarse de humanidad al mismo tiempo que cumplir con estricto rigor los mandatos impostergables de una buen gestión económica.

Es olvidar un poco rápido los costos políticos arrastrados por la misma Mutti luego de haber autorizado el ingreso de más de un millón de refugiados de la guerra civil siria el año 2015, decisión que produjo casi mecánicamente el crecimiento y entrada del partido de extrema derecha “Alternativ für Deutschland” al parlamento alemán (Bundestag), con un 12,6% de los sufragios en las elecciones parlamentarias de septiembre de 2017.

De ese episodio, conocido como de la crisis migratoria, Angle Merkel no ha logrado volver a pararse sino hasta hoy, un momento de tempestad cuya magnitud ha dado alas y relieve a su actitud natural de templanza y serenidad.

“Wir schaffen das!”, “Lo haremos!”, habían sido sus palabras cuando le asaltaron dudas sobre la capacidad de la economía alemana de absorber el millón de refugiados acogidos en el 2015.

Y lo mismo ha repetido ahora que tiene frente a ella al Covid-19: “Desde la reunificación alemana, qué digo, desde la segunda guerra mundial, no ha habido desafío para nuestro país cuyo desenlace dependa tanto de nuestra solidaridad común!”. Fue una expresión sin pathos ni grandilocuencia, sino construida a su estilo, con la simpleza de una íntima convicción.

Sin sorpresas su popularidad ha vuelto a alcanzar las cumbres, con una aprobación positiva de más de 80%, un récord histórico para ella, pero también una luna inalcanzable y casi arrogante para el mandatario local. Y es que hay una diferencia abismal: la confianza, insumo compartido en Alemania por ciudadanos y autoridades, y que permite que la acogida y aceptación de las medidas adoptadas por los segundos siempre redunde en una ejecución intachable. Todo lo contrario de acá, donde cada anuncio del ejecutivo es revisado con lupa por una ciudadanía empoderada que permanece adscrita a la agenda política definida a partir del mes de octubre pasado.

Sin embargo, e innegablemente, las cifras ayudan. Y el desempeño de la economía alemana en estas últimas décadas sin dudas cumple un papel en la apreciación de este singular momento histórico.

Aquel desempeño ha permitido que Alemania enfrente esta potencial crisis sanitaria con más de 14.000 camas UCI (Unidades de Cuidados Intensivos) disponibles, el número más elevado de Europa, y que ha sido incluso multiplicado por dos ante este contexto crítico de Covid-19 (una cama por tres mil habitantes); y con una industria clínica y farmacéutica que ha podido hacer entrega a la OMS de una batería de tests de 1,7 millones de unidades a fines de febrero a la vez de ver fortalecida las capacidades de producción de la empresa Dräger y Löwenstein, líder mundial en la fabricación de ventiladores artificiales.

Cierto es que Alemania logra ostentar un porcentaje de gastos en Salud de dos dígitos, que alcanzó 11% de su PIB el año 2019, mientras que en Chile ese porcentaje fue tan solo de 7,6% en promedio durante la última década, una asignación inferior a la asignación alemana en un 40%.

Al mismo tiempo se reveló finalmente que en Chile la capacidad de camas de cuidados intensivos se eleva a 1.500 unidades (700 en el sector público y 800 en el sector privado – El Mercurio 19/04/2020), lo que corresponde a una cama por cada 12 mil habitantes –o una por 7.200 habitantes si se cuentan las camas intermedias– una diferencia exorbitante de entre 400% y 240% a favor de Alemania.

Y obviamente, puesto que las proporciones no se condicen, una diferencia de tal magnitud no puede ser solamente fundamentada por el diferencial de gastos existente y observado entre ambos países, de tal modo que la única explicación razonable no puede sino radicar en el nivel de eficiencia que existe en la asignación de los recursos disponibles para la salud dentro de cada país.

Si bien un sistema de causalidades lógicas como el que se acaba de describir, en el que una adecuada asignación de recursos en el ámbito de la salud favorece medidas de gobernanza con sello humano, el análisis de una eventual cadena causal inversa, en el que malas asignaciones aparecen correlacionadas con medidas de gobernanza que solo inspiran recelo a su ciudadanía, es lo que debiera preocupar de sobremanera a las autoridades de turno.

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